Ayer te vi, tu camisa de ...(no recuerdo el color), pantalones jeans y esa manera tan particular de usar la gorra. Caminabas rápido y tardé unos minutos para reconocerte. Estabas mas delgado y en la otra cera. Yo estaba sentada en el parque con mi mejor amiga, aprovechando las horas de una conversación que no podemos sostener siempre debido a la distancia.
Pensé que no te habías dado cuenta de mi presencia y deje que los minutos transcurrieran a favor del destino, de momento, cruzaste la calle y me di cuenta cuando estabas frente a mi, diciendo: hola Esther! pero tu esta mas bonita...te mire extrañada, pensando en que realmente no era mi mejor día pero agradecí acompañandolo con un gesto de simpatía.
Estabas un poco apurado y con un amigo no muy sociable que observaba un poco distanciado y esperaba a que terminara tu gentil amabilidad de saludos. Entonces sin mas nada que decir te dije, entonces, hablamos luego mucho gusto en volverte a ver e inmediatamente te alejaste hacia el este del parque.
Me sentí un poco culpable cuando analice que no había sido muy atenta pues ni si quiera pregunte como estabas.
Lo cierto es que al parecer esperabas a alguien que nunca llego e impaciente caminabas sin encontrar un lugar donde reposar tus ideas. Te acercaste de nuevo, esta vez solo y agregando una frase de disculpas para iniciar tu conversación:
-Disculpen, ¿Puedo sentarme? (Sentí un gran alivio pues era el momento de reinvindicar mi actitud no muy simpática del principio)
-Claro que sí, respondí. Disculpas te pido por no mandarte a sentar ahorita, sentí un poco de apuros en tu amigo y no quize molestar.
-Esta bien. Lo que pasa es que sdsjdkasdakdsad y asaksjaksja (Realmente no entendí tu explicación pues una fuerte música desvió mi entendimiento)
Asentí con la cabeza y proseguimos la conversación.
Hablamos de todo un poco y en medio de cada diálogo no podía evitar de observar esos ojos llenos de tristeza y el movimiento inquieto de tus manos para quitarte la gorra la postura de tu cuerpo que cambiaba en cada minuto. Te dolían las piernas decía, realmente no estabas acostumbrado a caminar y en esos momentos de tu vida ese era el pan nuestro de cada día.
En un momento importante de mi vida, me ayudaste a decidir.Nuestros diálogos en los que comunicabas con entusiasmo todos tus sueños y la promesa de aquel encuentro entre amigos donde yo, según tu, prepararía una gran palangana de mangú con chicharrón y una amiga nuestra aportaría los cacheos. Eso nunca sucedió y con el tiempo, el sol se oculto y no volví a saber de ti.
Lo que siempre he admirado de ti es ese espíritu de superación ante las adversidades, tu fe en Dios, el gran apego a tus raíces culturales, algunos conceptos sobre la vida y ese sabio consejo para aquel que lo necesite.
Seguimos en contacto, así nos despedimos mientras en mi pensamiento rondaba una pequeña frase:
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